Con permiso explícito de los autores (Leanne C. Cullen-Unsworth, Richard Unsworth), hemos querido traducir este artículo para compartirlo con ustedes en nuestro blog. Las praderas marinas están formadas por fanerógamas (plantas con flores y semillas) que se encuentran a lo largo de las costas templadas y tropicales de todo el mundo. Proporcionan hábitats para peces, crustáceos y herbívoros marinos, como tortugas y dugongos (Dugong dugon), y también cumplen funciones físicas importantes – por ejemplo, al filtrar sedimentos y reducir la energía de las olas y las corrientes cerca de la costa (1. Al final del artículo tienes las referencias).
Al filtrar la columna de agua de patógenos, las praderas marinas reducen la contaminación de los mariscos y, al mismo tiempo, reducen las enfermedades de los corales (2). Dada su distribución global y su papel en la mitigación del clima y la seguridad alimentaria, la protección de estos ecosistemas tiene implicaciones para los límites planetarios dentro de los cuales la humanidad puede operar con seguridad (3, 4). La creciente comprensión de las funciones de estas praderas marinas muestra que su protección es crucial para mantenerse dentro de límites planetarios seguros y para mantener la productividad de la pesca y la seguridad alimentaria.
Las praderas marinas son uno de los hábitats costeros más extendidos en la Tierra. Se encuentran desde las latitudes subárticas a las tropicales y existen en países de todo el rango del índice de desarrollo humano. Sin embargo están en declive, al igual que muchos de los hábitats naturales del mundo, con pérdidas globales estimadas de ~7% anuales desde 1990 (5). La mala calidad del agua costera y el desarrollo costero se encuentran entre los principales impulsores de esta pérdida (5).
En los campos de la conservación e investigación científica, las praderas marinas han recibido relativamente poca atención (6), aunque esto parece que está empezando a cambiar. La cooperación entre iniciativas internacionales para su protección, bajo la coordinación de la “World Seagrass Association” a la que pertenecen cientos de científicos (7), junto con los avances en la investigación, permiten ser optimistas sobre el futuro de estos hábitats.
Los trabajos genéticos realizados por Olsen et al. sobre la fanerógama más común de las praderas marinas del hemisferio norte, la Zostera marina (8), mostraron cómo las adaptaciones genéticas de esta especie permitieron a estas comunidades convertirse en uno de los ecosistemas más productivos del mundo. La clave de esta productividad fue la capacidad de obtener componentes básicos de la fotosíntesis en un ambiente salino acuático. Gracias sus trabajos de secuenciación del genoma se puede entender la trayectoria evolutiva inversa que permitió a las angiospermas vivir en el mar, como plantas terrestres adaptadas a la vida en el océano, mediante el desarrollo de genes que les permitieron absorber nutrientes y realizar el intercambio de O2/CO2 a través de células epidérmicas de sus hojas en un ambiente salino (8).
La productividad de las praderas marinas y su capacidad de almacenar carbono en el sedimento, hace que cada vez más se las considere como un componente crucial de las reservas mundiales de carbono (5, 6). Son, por lo tanto, un componente potencialmente decisivo en los esfuerzos para prevenir el rápido e incontrolado cambio climático. El Acuerdo Climático de París ha abierto la puerta para integrar los programas de conservación de praderas marinas en las estrategias de mitigación climática. Las decisiones de conservación basadas en la evidencia requerirán una comprensión más mecanicista de los procesos que impulsan el almacenamiento o la liberación de este carbono azul.
Comprender cómo y por qué las praderas marinas almacenan carbono en sus sedimentos se basa en gran medida en estudios correlativos que intentan utilizar variables ambientales o biológicas para predecir la ubicación y el tamaño de las reservas de carbono en una amplia gama de biorregiones de estas praderas (9). Esta investigación ha demostrado, por ejemplo, cómo los contaminantes o las perturbaciones pueden influir en las comunidades microbianas de los sedimentos de estas praderas, debilitando la capacidad de almacenamiento de carbono y proporcionando una vía hacia la liberación de CO2 (10). Otra investigación reciente destaca el papel de la oxidación de los sedimentos por parte de los rizomas de sus raíces, alterando la cantidad de bacterias oxidantes de sulfuro (11).
Las praderas marinas también pueden ser clave para mitigar el clima de otras maneras. Su papel como productores primarios en la zona costera (12) ha llevado a sugerir que proporcionan un efecto local tamponador del pH (13). Esto se debe a su rápida absorción de CO2, que empuja a la química del carbonato hacia un estado menos ácido (13). Queda por demostrar si los cambios impulsados por estas praderas en la química local pueden reducir los impactos negativos de la acidificación de los océanos en otros hábitats y organismos, como los arrecifes de coral (13).
El creciente reconocimiento de que las praderas marinas son una parte importante de los ciclos globales y locales del carbono está aumentando la necesidad de estimaciones más precisas de su cubierta a nivel global. Se han cartografiado alrededor de 300.000 km2 de praderas marinas en todo el mundo, pero las estimaciones sugieren que la cobertura real podría ser más de 10 veces mayor (11).
También son importantes desde el punto de vista ecológico ya que sustentan mucha biodiversidad. La diversidad floral en las praderas marinas es relativamente baja, con aproximadamente 72 especies de plantas reconocidas a nivel mundial, pero la estructura tridimensional de sus brotes, raíces y rizomas atrae gran abundancia y diversidad de otros organismos. Los pequeños invertebrados se benefician de las microalgas que colonizan la gran superficie de la hoja y de la abundancia de detritus de las plantas. Los invertebrados se benefician de la oxigenación de sedimentos ricos en sulfuros.
Esta abundancia y diversidad de vida animal proporciona un enorme recurso alimenticio para numerosas especies pesqueras de interés comercial. Estas praderas forman hábitats críticos para la cría de juveniles de aproximadamente el 20% de las pesquerías más grandes del mundo, incluidos el bacalao del Atlántico y el abadejo de Alaska (14). Esta abundancia de vida también crea zonas de pesca muy accesibles para los pescadores locales de todo el mundo, que requieren de artes de pesca sencillas. Este tipo de pesquerías cada vez son más reconocidas como críticas para el sustento de las personas vulnerables en todo el mundo (15). Sin embargo, la ubicación costera de estas praderas también las hace vulnerables a las amenazas provenientes del medio terrestre y del marino, tales como la escorrentía de fertilizantes, los impactos generados por el ancla de los barcos y la sobreexplotación de sus pesquerías, entre otros.
El amplio abanico de amenazas a la que se enfrentan estas praderas pone en duda su viabilidad a largo plazo. Sin embargo y a pesar de que los científicos están documentando su constante degradación y la de su fauna asociada (5), la mayor comprensión de su ecología también está aumentando nuestra capacidad para conservar estos ecosistemas. El Acuerdo Climático de París, el Convenio sobre la Diversidad Biológica, la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio y otros acuerdos internacionales importantes, como la Convención sobre Especies Migratorias, han contribuido a impulsar la adquisición de conocimientos y el deseo de proteger las praderas marinas. Para la viabilidad futura de estos sistemas de praderas marinas, es crucial mantener el impulso de la ciencia, construir sobre los avances recientes y aumentar la conciencia pública. Con el conocimiento adecuado y la voluntad política y financiera, las praderas submarinas pueden prosperar y contribuir a garantizar que nuestro planeta se mantenga dentro de sus límites sostenibles.
Referencias:
0. ARTÍCULO ORIGINAL ↵ Leanne C. Cullen-Unsworth, Richard Unsworth. A call for seagrass protection. Science 03 Aug 2018: Vol. 361, Issue 6401, pp. 446-448. DOI: 10.1126/science.aat7318. Texto completo
1. ↵ J. L. M. Nordlund, E. W. Koch, E. B. Barbier, J. C. Creed, PLOS ONE 11, e0163091 (2016). Google Scholar
2. ↵ J. B. Lamb et al., Science 355, 731 (2017). Abstract/FREE. Full Text. Google Scholar
3. ↵ J. Rockström et al., Nature 461, 472 (2009). CrossRef. PubMed. Web of Science. Google Scholar
4. ↵ K. L. Nash et al., Nature Ecol. Evol. 1, 1625 (2017). Google Scholar
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7. ↵ World Seagrass Association.
8. ↵ J. L. Olsen et al., Nature 530, 331 (2016). CrossRef. PubMed. Google Scholar.
9. ↵ E. F. Belshe, M. A. Mateo, L. Gillis, M. Zimmer, M. Teichberg, Front. Mar. Sci. 10.3389/fmars.2017.00125 (2017). Google Scholar.
10. ↵ S. M. Trevathan-Tackett, A. C. G. Thomson, P. J. Ralph, P. I. Macreadie, Sci. Total Environ. 621, 663 (2018). Google Scholar.
11. ↵ K. Elgetti Brodersen et al., Environment. Microbiol. 10.1111/1462-2920.14245 (2018). Google Scholar.
12. ↵ C. M. Duarte et al., Global Biogeochem. Cycles 24, GB4032 (2010). Google Scholar.
13. ↵ R. K. F. Unsworth, C. J. Collier, G. M. Henderson, L. J. McKenzie, Environ. Res. Lett. 7, 024026 (2012). CrossRef. Google Scholar.
14. ↵ R. K. F. Unsworth, L. M. Nordlund, L. C. Cullen-Unsworth, Conserv. Lett. 10.1111/conl.12566 (2018). Google Scholar.
15. ↵ L. M. Nordlund, R. K. F. Unsworth, M. Gullström, L.C. Cullen-Unsworth, Fish Fisher. 19, 399 (2018). Google Scholar.
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